La tradición otorga a Lutero el dudoso honor de instaurar el árbol de navidad. En un principio cuentan que durante una noche estrellada, Lutero dirigió su mirada a un abeto y las estrellas parecían salir de él. Esto le llevó a pensar en la estrella de Belén. Su segundo paso fue colgarle bellotas, castañas y avellanas de las ramas para recordar los dones que los hombres recibieron de Jesús. Esta costumbre se extendió por Alemania al igual que el Protestantismo y, poco a poco, se le añadieron nuevos elementos como bolitas, guirnaldas, etc. En definitiva, un elemento más de las navidades hasta la paradoja de que el árbol de navidad más grande del mundo se coloca en la Plaza del Vaticano, sede de la Iglesia Católica.
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